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¿Cuántas copas se necesitan para ver el problema?

Es un sábado por la tarde. Te encuentras realizando la compra semanal en tu supermercado de confianza. De repente, diriges tu mirada hacia el pasillo de las bebidas alcohólicas. Un grupo de jóvenes ha captado tu atención. Pese a que físicamente pudieran pasar por personas adultas, analizando su comportamiento, sus gestos y su vocabulario, te das cuenta de que el cabecilla del grupo deberá rondar, a lo sumo, los dieciséis años. Con seguridad, cogen un par de botellas variadas, entre las que puedes observar una de ron y una de ginebra. Como buen curioso que eres, no quieres perderte el fin de la historia y, guardando las distancias, al más puro estilo Sherlock Holmes, comienzas a seguirlos. Esa seguridad que aparentaban en el pasillo, comienza a transformarse en un ligero tembleque y tartamudeo mientras esperan su turno para pagar, miradas cruzadas con el cajero incluídas. Ha llegado su turno y, ante tu asombro, observas como el cobro se ha realizado con éxito ante la permisividad de la persona encargada de la caja. Finalmente, los jóvenes, sintiéndose los «putos amos», con perdón de la expresión, abandonan el supermercado a paso ligero.

Esta escena, tan descabellada hace un par de años, se ha convertido en habitual en la actualidad. Ya sea por la escasa información que del alcohol se da en las escuelas o por la falta de educación de los padres en según qué temas, la realidad es que acceder a este tipo de bebidas es un juego de niños para la juventud, la cual ve en ellas la vía de la liberación y del disfrute; la vía para acceder a una falsa mayoría de edad y un falso sentimiento de madurez.

La sociedad ha comenzado a ver como normal algo que no debería serlo. Con excusas como «es que están en la edad» o «deja que se lo pase bien ahora que puede», son frecuentes las llamadas por parte de los servicios sanitarios a los padres de ese adolescente a punto de entrar en un coma etílico o las broncas a las tantas de la madrugada entre dos grupos por cuestiones que, en condiciones sobrias, jamás se darían.

Los anuncios publicitarios o las películas dan, en numerosas ocasiones, una imagen del alcohol que dista de la realidad, siendo manejado como sinónimo de grandeza y poder. Sin embargo, la realidad es que es un tóxico y, como tal, genera escenarios lamentables, situaciones vergonzosas y graves problemas de salud, tanto física como mental, en todos aquellos que hacen de él su herramienta de gozo. Quizás, el sistema deba realizar un profundo análisis para comprobar si, de verdad, el indudable beneficio económico que genera este sector ha de pesar más que los innumerables problemas, a corto y largo plazo, que se desarrollan.

Los jóvenes son el futuro y, como tal, debemos educarlos y hacer de ellos mejores versiones de las que fuimos, y somos, nosotros. Se dedica tanto tiempo en el aprendizaje de asignaturas como matemáticas o historia, que se descartan, por falta de horas, otras de vital importancia para el día a día y desarrollo personal, como la nutrición o la psicología.

El alcohol es, por desgracia, uno más de los numerosos problemas sociales que inundan nuestro mundo. Solo cabe preguntarse, ¿cuánto más podrá soportar nuestro mundo antes de quedar sumergido por completo?

 

 

Javi MMTenerife

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